Friday, December 01, 2006
Cuento ganador del Tercer Certamen Literario de UNIBE
La Santísima Trinidad
Abrí la puerta y ahí estaba. Con su rostro desfigurado y piel pálida me miraba fijamente con esos ojos lánguidos y sin vida. Se echó a un lado para que pudiera cruzar y así lo hice. Me recosté en mi cama, mientras él, en el borde de la cama se quedó parado, con sus ojos fijos en mí. Me irritaba cuando hacía eso, y sabía que por más vueltas que diera no podría olvidarme de su presencia. No era que me asustaba o algo por el estilo, era más bien, la combinación de él y el cuadro del Corazón del Cristo colgado en mi pared, que me ponía nervioso.
***
Es más fácil no creer en Dios cuando no has visto al Demonio. Pero cuando el Rey de las Tinieblas – como le gusta que le digan - , se vuelve huésped en tu hogar, aterroriza la idea de la dualidad existente. Supongo que por este miedo, me cubría por completo con la sabana para escapar de ambos. Cuando niño, me recluía entre las sabanas y asustado me decía que mientras permaneciera cubierto bajo ellas, ningún esqueleto, demonio o aparición podría hacerme daño. Ahí permanecía asustado, seguro de que aquellas manos pálidas con garras o manos huesudas rodeaban mi cuerpo, esperando el momento en que sacara un pie de accidente o mostrara mi cara. Y ahí me ocultaba, seguro de que aquellas manos malditas no podrían sacarme de ahí.
***
Abrí los ojos, dándome cuenta de que me había dormido. Me quité la sabana y al mirar al pie de la cama ahí estaba él todavía. Mire al cristo en el cuadro y ahora tenía un Marlboro en la mano.
Me paré de la cama y salí de mi cuarto estrellando la puerta. La estrellé con la ilusión, el deseo de que ahí permanecieran los dos. Mientras cruzaba el pasillo observaba los portarretratos y en vez de ver familiares y amigos, estaban el Cristo y mi huésped pálido. Ahí estaba Cristo conmigo, el día que fui a la playa con mis amigos. En lugar de mi mejor amigo y su novia, partiendo el bizcocho de su día de bodas, estaba Cristo sonriendo en un saco y mi huésped en un vestido blanco, con la única expresión que tenía. Y así continuaba: en vez de mamá y papá, el huésped y Cristo… en vez de mi abuelo, Jesucristo…
Me dirigí al sofá en la sala, donde acostumbraba recostarme y como era de esperarse, ahí estaba mi huésped, sentado en la mecedora. Me preguntaba dónde estaba Cristo, pero decidí no preguntármelo más y no azarar mi suerte. Pero como no existe tal cosa como la suerte, escuche un ruido proveniente de la cocina. Y mientras me recostaba en el sofá, comprendí que ahí era que estaba metido el Cristo. Me pregunté, que diablos era lo que hacía. “¡No me hagas reguero! No me importa si eres el hijo de Dios o quien sea.” – Le grité desde el sofá.
“El caso” – comencé a hablar en alto para todos en la sala y en la cocina. “Otro día horrible, hoy. Mi jefe es un cabrón, no se porque tengo un idiota como jefe.” Suspiré y miré a mi huésped pálido, el cual me miró con su rostro sin expresión. Levantó su pulgar y en un gesto, lo cruzó de un lado a otro de su garganta.
“No, no pienso matarlo.” – volví a suspirar y seguí. “Me enteré de que Carmen me está pegando los cuernos.” – lo miré una vez más y me hizo una vez más el gesto que había hecho anteriormente. “Sabes, no sería una mala idea.” – le dije en un tono sarcástico.
Alcance dentro de mi bolsillo una navaja que tenía y le pregunté a mi huésped:
“¿Qué crees, me mato?”. Me miró e hizo el mismo gesto con el pulgar. Cogí la navaja y comencé a cortar las venas, claro que hacia abajo y no hacia los lados. Esperaba ver sangre, sangre viva, en un glorioso rojo anunciando mi estupidez. Pero en vez, recibí un olor fuerte a alcohol y al fijarme que pasaba, me di cuenta que derramaba vodka. Vodka puro y fuerte el cual quemaba mi herida mientras me “desalcoholizaba”.
En eso, llego Cristo de la cocina con dos vasos de jugo de naranja, llenos hasta la mitad. Colocó un vaso en la mesita de la sala y agarró firmemente mi mano. La colocó encima del vaso que sostenía y mi vodka, mi sangre, se vertía en su jugo. “Con que eso era lo que hacías en la cocina” - le dije algo enojado. Me picó el ojo y comenzó a beber su trago. Paró, se limpio la barba con la parte trasera de su mano y colocó su vaso en la mesita. Tomo el otro vaso y repitió el mismo proceso sólo que esta vez en vez de beber, me lo pasó a mí: era mi trago. Enojado estrellé el vaso y con las pocas fuerzas que me quedaban me paré y me dirigí a mi cuarto.
Cruce por los portarretratos una vez más y esta vez no estaba Cristo ni mi huésped, sino caimanes. Caimanes riéndose y apuntando sus dedos hacia mí. Apenas llegue a la puerta, y sin fuerzas abrí la puerta, mientras me caí al suelo. Sudaba frió, y por todo mi cuerpo sentía el dolor… mi cuero ardía, y sentía como era halado en todas las direcciones. Debilitado ya, en lo que creía que era la víspera de mi muerte, caí rendido.
***
Al despertar, me levante y mire al espejo de mi mesita de noche y aterrorizado vi mi rostro pálido y desfigurado. En el cuadro del Corazón de Cristo, estaba yo, como era antes. Y en mi cama, yacía el Cristo, muerto, con sus venas cortadas, cubierto de vodka.